La pantalla del móvil se iluminó al sonar la alarma. Eran las siete y media de lunes, primer día después de su promesa. Álvaro, de nueve años, se levantó sin pereza. La cara también encendida de ilusión. Tras asearse, se vistió rápido con la ropa que tenía preparada. “Mami, mientras me preparas mi “desa”, saco a Tarzán”. “De acuerdo, cariño, no tardes”. Después la madre lo llevó al colegio.
Al volver, antes de comer, realizó la misma
tarea, que repitió antes de acostarse. Tres veces, pues, al día.
Así, cuatro días más hasta el viernes. Claro que en sus ojos había menguado la
luz con el paso de las jornadas, a causa del “sacrificio” por la aburrida obligación.
Sin embargo, la cosa se
aceleró la mañana del sábado, aún en
tiempo de promesa. A las once y media, María, la madre, no conseguía levantarlo
“ Hijo, Tarzán te espera para que lo saques”.- “Déjame, tengo sueño”.-
respondió. “Anda, haz un esfuerzo, sólo te quedan dos días”.- insistió ella.
“Sácalo tú, ahora,”por fa”.Yo lo haré después”-dijo “Pero…. vale, espero que
cumplas”.- refunfuñó la pobre. Y llegó la tarde. “ Álvaro, te toca”.-
“Es que he quedado con mi amigo Miguel para jugar a la consola. Lo haré
esta noche”.- “¡Vaya, otra vez ¡” . Y llegó la noche. “ ¿ Alvarito...?”…-
. “Mami, es un rollo y estoy cansado”.- “¿Sí? Entonces como no has cumplido…¿ sabes lo
que toca? No habrá perrito”.- “ Me da igual”.- contestó él.
El niño, Álvaro, llevaba mucho tiempo insistiendo cansinamente(cosa habitual en los
niños cuando quieren algo) a su madre en
que quería un perro. Ésta, tras reiteradas explicaciones de que
era un ser vivo, no un juguete, y que su tenencia implicaba ciertas
responsabilidades, le dijo que accedería al deseo con una condición. Debería superar
una prueba. Durante una semana entera
tendría que sacar, tres veces al día, a un perro imaginario. Incluso le
puso un nombre “Tarzán.” . Al pequeño
Álvaro le faltó tiempo para contestarle: “Sí, sí, la superaré”.- Algo que, como saben, no
ocurrió.
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