jueves, 18 de agosto de 2016

QUEDAN COSAS POR HACER

Aquel día, María, estaba de mal humor. Enfadada consigo misma; por no enterarse del entierro de D José, un profesor de E.G.B, que marcó su vida. Nacieron en ella, en esa etapa, intereses  y vocaciones que se ampliaron después. Aprendió a sentir la grandeza de lo que parece insignificante y pequeño, mirando alrededor. A saber ahondar  en sì misma, buscando respuestas Este maestro, diferente a otros, le habló de escuelas separadas para niñas y niños; que habían existido en un tiempo oscuro y triste no hacía mucho. Una, la femenina, “de costura y hogar,” de sus ”labores” en documentos oficiales y con dependencia de padres y marido, después. La otra, de niños, de resabios machistas , ardores juveniles e hipócritas amaneceres. Ambas adobadas con leche en polvo, cánticos al sol, rezos, besamanos de curas y rendición de cuentas sobre misas de domingo. Años más tarde, ella supo que, el modelo   suyo, se llamaba coeducación; muy diferente a aquel, afortunadamente dejado atrás.
D. José fue el primero que le mencionó a un tal Giner de los Ríos, que había abogado por ese método, más natural, a finales del siglo XIX.
María, ahora ella también maestra, reflexionaba sobre todo esto, mientras contemplaba a niños y niñas juguetear juntos, durante el recreo. A su cabeza  venían las palabras de su alumna preferida, Leonor, en un debate sobre el Día de La Mujer .Con más ingenuidad que escepticismo, le había dicho: “Maestra mi madre trabaja fuera, pero sigue haciendo todas las labores de la casa”.
Sí .Habían cambiado cosas, pero quedaban otras por hacer. Una tarea que como la de Sísifo, parecía eterna. La niña llevaba razón  pero, lamentablemente, pensó María, los nubarrones negros cargados de religiosidad que aparecían por  el horizonte no favorecerían ese empeño. Ahí estaba la historia.


                                                                                 PACO HERNÁNDEZ

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