Aquellos
ojos, negros y grandes, que inundaban la carita de Zuleima, se resistían a las
lágrimas, la mañana en que su hermana Fátima, acompañada por su padre, se
alejaba, impotente, por el camino que le conducía a su nuevo destino; junto al
marido concertado y transaccionado entre las familias. Fátima tenía
catorce años, que se habían
asomado al vivir con otras
ilusiones;muy diferentes al designio
decidido por otros.
Ella, Zuleima,
de doce, cargados de fuerza y
determinación, que contrastaban con su fragilidad aparente, se juró, mientras
los veía desaparecer por el horizonte: “Jamás aceptaré que me roben la libertad de elegir qué hacer con mi vida”.
La noche
anterior, Fátima, que había compartido siempre con ella sus sueños, ahora frustrados, le hizo prometer
que ella no claudicaría. Esa noche sí que lloraron juntas; compartiendo, por
última vez, la lectura de aquel raro librito que nunca supo de dónde había
sacado Fátima;en él, se contaban vidas de mujeres de otros sitios diferentes; en los
que, ellas sí, eran protagonistas de su existir.
La
fatalidad no quiso colocar a Zuleima y
su hermana en otro lugar;quizás “más al
norte, o en otro sur “,sino en uno de esos pueblos en los que
la tradición, la costumbre y la ley-también algunas veces- se funden;en
una cuestionable “normalidad” que propicia ese injusto robo de las vidas. Azar, cruel azar.
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Un lugar en el norte de África.
Nadine Madjar, profesora de literatura y escritora de éxito,miraba desde su
coche la rica gama de colores,acentuados por una intensa luz, que compartían el
paisaje con una hiriente pobreza. A su lado, Isabelle, que parecía dormitar, le
preguntó:”Nadine, la protagonista de tu primera novela, Zuleima, ¿existió en
realidad?”.La escritora, con una sonrisa un tanto enigmática, le respondió:”Tu
sabes la respuesta. Mis personajes son todos reales ¿Dónde está el límite
entre realidad y ficción?”Un lacónico “ya” de Isabelle,de resignada frustración, cerró la
conversación. Nadine abrió la ventanilla; una ráfaga de aire pareció traerle
parte de los olores que la hacían
sentirse más ella. Sus ojos, negros y grandes, de intenso mirar, habían llenado
una vida;de la que luego brotaron palabras que la unían con personas que
reconocían en ellas, emocionándose, sus propios sueños e ilusiones. Ese
paradójico ejercicio de exorcismo
liberador hacia felices a otros. Qué extraña era la vida. Una vida, que en su
amanecer,se había mostrado hostil. Qué hermoso era comprobar, ahora, que “al
contarse”, describiendo emociones íntimas, ejercía una terapéutica acción sobre compañeros del
vivir.¡¡Qué oficio tan bello escribir!!
Una película: "La fuente de las mujeres"!!!
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