domingo, 16 de julio de 2017

MIEDOS




El pequeño P, acompañado del mandón Nino, unos meses menor pero más desarrollado y salvaje-incluso que él- , bajaba por la estrecha senda colindante al brazal. Este conducto llevaba el agua desde una cequeta a los huertos y bancales que había frente a sus casas.
 Otra vez le fastidió, empujándole para que se mojara. Se tocó, enfadado, la empapada prenda que cubría sus partes íntimas. Angustiado, al pensar en la reprimenda materna. De pronto, se sobresaltó, pues al tiempo que su acompañante desaparecía, adivinó que en realidad estaba en su cama y solo. Y que no era agua. ¡Dios mío, otra vez no! ¿Por qué  le pasaba a él esto? ¿Nunca acabaría? ¡Qué vergüenza! Aunque, esta vez, notó algo extraño, diferente, al recorrer con la mano la zona. Se levantó y fue al baño. Miró el espejo. La imagen que le devolvía le horrorizó. Ante él, había alguien con arrugas en la cara y el pelo blanco. Esta vez el susto, si le hizo despertarse de verdad

Quizá, tan extraño sueño de  P, que rondaba los setenta, tuvo su causa en la obsesión con la que se acostó la noche anterior. Estaba en la fase postoperatoria de una intervención en la próstata. Temía no controlar la micción. Sobre todo por la noche. Este temor pudo provocar la pesadilla. Un retroceso en el túnel del tiempo-a través del sueño- a ese tiempo mítico, primigenio que es la infancia, en la que experimentó esa  angustia, ese mismo miedo.


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