domingo, 16 de julio de 2017

Ella, sus gorriones y…….___.



                             
                                        “No pienses, sino mira”
                                                             L.Wittgenstein                                                               

Extraordinariamente dotada para sentir el mundo, aunque con carencias para definirlo _ni voluntad de interpretarlo-, salía, todas las mañanas, a su terraza del ático. Ésta no era grande y las plantas tenían un claro protagonismo, en macetas de diferentes tamaños y con enredaderas en las paredes. En un rito habitual, repartía trocitos de pan mojado para los exigentes y ruidosos gorriones. Entre todos ellos, llamaba  la atención uno, por la graciosa blancura del plumaje en su cola. Yo, que los miraba alguna vez, no había reparado en él. Era evidente que nuestro mirar era diferente. Ella  tenía una natural empatía con cualquier animal o planta. Algo telúrico. Más de una vez, la veía hablarles y ¡ hasta parecía que le respondían!  
  Aquella mañana  la noté preocupada. Llevaba tiempo sin ver al de la pluma blanca. Bromeando, le dije que, si quería, pondría un aviso de que premiaría con ración doble al compañero que diera noticias sobre él. Con su laconismo, a veces irritante, me espetó: “Ya lo estás poniendo”.Le hice caso. Y una semana más tarde, notándola alegre,  le pregunté la razón de su buen ánimo. Me contestó:”Ha vuelto”.
   La terracita no sólo era un hábitat atractivo para los gorriones. Otras aves se sentían a gusto en ella. Una paloma  anillada, de algún vecino, prefería el lugar. Era un poco abusona con los pobres gorrioncillos, al impedirles acercarse, cuando ella estaba. También la visitaban  la pareja de tórtolas  vecinas que nos despertaban en la madrugada con sus arrullos, posadas en una antena del colegio de al lado. Hasta a las avispas les encantaba el sitio para formar sus panales. Era seguro que ella tenía algo que ver con el hecho. Con esa especie de duende que habitaba allí  y que creaba una atmósfera positiva.                                 
Recordé una fábula oriental que había leído en algún sitio. Un maestro budista le mostraba una flor a un discípulo.”Ves –le dijo-, esta hermana rosa, tiene una vida como nosotros. Empápate de su fragancia sin tocarla. Ámala, respetándola. Huye de la razón que la asesina, curiosa por saber su composición”.Ilustraba su actitud.

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