No entendía nada. Las evidencias no eran evidentes. El
corrupto-ladrón no era confirmado. Sino eternamente presunto. La emoción (“los
míos y mi tribu” por encima de la ética, la honestidad) derrotaba a la razón. La “era de la post-verdad”, se
decía.
¿Era algo totalmente nuevo? No. La eterna resistencia del
“status quo”.La mentira y la manipulación habían existido siempre para
conseguir y mantener el poder. La novedad, la diferencia terrible, en este
tiempo, es, que con el uso maléfico de las
nuevas tecnologías, se conseguía “infectar”, en una gigantesca
amplificación, a grandes masas carentes de sistema inmunológico para resistir el ataque de
estos “virus”.Pensaba que el
progreso había sido un regalo envenenado.
Que tras esa etapa feliz, de bienestar engañoso, parecía asomar algo terrible.
Una negritud apocalíptica que le sumía
en un pesimismo trágico. Sentía
que le cabía el “honor” de participar en el final, esta vez sí, de la historia.
Era cuestión de tiempo. No mucho. La aventura prometeica
llegaba a su fin. ¡Qué ironía! Todo había empezado con el fuego. Y ahora, al
jugar con él, llegaba irremisiblemente la catástrofe. Sería de nuevo el tiempo de los dioses.
La humanidad se difumaría como si nunca
hubiese existido
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