viernes, 26 de agosto de 2016

un bello oficio



Aquellos ojos, negros y grandes, que inundaban la carita de Zuleima, se resistían a las lágrimas, la mañana en que su hermana Fátima, acompañada por su padre, se alejaba, impotente, por el camino que le conducía a su nuevo destino; junto al marido concertado y transaccionado entre las familias. Fátima  tenía  catorce años, que se habían  asomado al vivir  con otras ilusiones;muy diferentes al designio decidido por otros.
Ella, Zuleima, de doce, cargados de fuerza  y determinación, que contrastaban con su fragilidad aparente, se juró, mientras los veía desaparecer por el horizonte: “Jamás  aceptaré que me roben la libertad de elegir  qué hacer con mi vida”.
La noche anterior, Fátima, que había compartido siempre con ella sus  sueños, ahora frustrados, le hizo prometer que ella no claudicaría. Esa noche sí que lloraron juntas; compartiendo, por última vez, la lectura de aquel raro librito que nunca supo de dónde había sacado Fátima;en él, se contaban vidas de mujeres de otros sitios diferentes; en los que, ellas sí, eran protagonistas de su existir.
         La fatalidad no quiso colocar a Zuleima  y su hermana  en otro lugar;quizás “más al norte, o en otro sur “,sino en uno de esos pueblos  en los que  la tradición, la costumbre y la ley-también algunas veces- se funden;en una cuestionable “normalidad” que propicia ese injusto robo de las vidas.  Azar, cruel azar.
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Un lugar en el norte de África. Nadine Madjar, profesora de literatura y escritora de éxito,miraba desde su coche la rica gama de colores,acentuados por una intensa luz, que compartían el paisaje con una hiriente pobreza. A su lado, Isabelle, que parecía dormitar, le preguntó:”Nadine, la protagonista de tu primera novela, Zuleima, ¿existió en realidad?”.La escritora, con una sonrisa un tanto enigmática, le respondió:”Tu sabes la respuesta. Mis personajes son todos reales ¿Dónde está el límite entre realidad y ficción?”Un lacónico “ya” de Isabelle,de resignada frustración, cerró la conversación. Nadine abrió la ventanilla; una ráfaga de aire pareció traerle parte de los olores  que la hacían sentirse más ella. Sus ojos, negros y grandes, de intenso mirar, habían llenado una vida;de la que luego brotaron palabras que la unían con personas que reconocían en ellas, emocionándose, sus propios sueños e ilusiones. Ese paradójico ejercicio  de exorcismo liberador hacia felices a otros. Qué extraña era la vida. Una vida, que en su amanecer,se había mostrado hostil. Qué hermoso era comprobar, ahora, que “al contarse”, describiendo emociones íntimas, ejercía  una terapéutica acción sobre compañeros del vivir.¡¡Qué oficio tan bello escribir!!

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